
El diablo vivía muy feliz en su casita, hasta que un día llegó un demonio a perturbar su paz. Al principio el diablo (que quería ser bueno) se resistió, pero acabó cediendo ante los placeres del cinturón y el tacón en la garganta, vicios de los cuales había gozado desde pequeño. Algo en el ambiente le recordaba a su niñez y como sabemos, infancia es destino. Nadie puede escapar a su naturaleza. Ni siquiera el diablo.
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